"El hijo honra al padre, y el siervo a su Señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? Y si soy señor, ¿dónde está mi temor? Dice el Señor de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre.
Y decis: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre? En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo.
Y dijisteis: ¿En qué te hemos deshonrado? En que pensáis que la mesa del Señor es despreciable." (Malaquías 1:6-7)
Y decis: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre? En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo.
Y dijisteis: ¿En qué te hemos deshonrado? En que pensáis que la mesa del Señor es despreciable." (Malaquías 1:6-7)
Nosotros somos hijos y siervos de Dios y ese privilegio no lo podemos desaprovechar, y mucho menos dándole a Él una dádiva inmunda que no nos represente. Por eso, el Señor nos pregunta: dónde está nuestra honra y temor, para con Él. En qué momento se lo demostramos, si nuestros bienes son dados de cualquier manera. Es decir no lo valoramos.
Despreciamos su nombre y su casa, siendo infieles. Ensuciando su mesa con lo que nos sobra.
No demostramos nuestro amor y respeto a su persona, si no que lo avergonzamos con nuestros malos ejemplos, dejando de ser testimonios.
Es más, a continuación, el Señor nos muestra como debemos ser sus ejemplos:
"Porque desde donde el sol nace hasta donde se pone, es grande mi nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y ofrenda limpia, porque grande es mi nombre entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos." (Malaquías 1:11)
"Porque desde donde el sol nace hasta donde se pone, es grande mi nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y ofrenda limpia, porque grande es mi nombre entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos." (Malaquías 1:11)
Nos pide que seamos conscientes de nuestros actos y aprendamos de aquellas personas que lo honran con sus ofrendas limpias, representando su amor y gratitud por todo lo que Él los ayudó y les dió. Manteniendo así, la pureza delante de su presencia y teniendo una comunión irreprochable. Y esto mismo quiere de nosotros, que demostremos que somos sus hijos no sólo de palabras sino también con hechos, para que otros nos imiten y nos sigan, de la misma manera que lo hacen muchos. Que lo sirvamos con placer y no por obligación o por buscar un reconocimiento.
Hay dos maneras de ofrendar, la monetaria y la servicial. Y las dos tienen que ser perfectas.
Medite en eso.
Medite en eso.
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